Dos imágenes me vienen a la mente al enfrentarme al texto que pretende reseñar este post. La primera es un anuncio dentro de la enorme oferta formativa de cursos, talleres y seminarios de las decenas de centros cívicos y culturales de la ciudad: Cómo mirar una obra de arte, era el título entre sugerente y ocioso de uno de esos programas ofrecido hace años[…]La segunda es de un cuento de Enrique Vila-Matas que pertenece a los Suicidios Ejemplares, se titula Rosa Schwarzer vuelve a la vida y narra la historia de una aburrida vigilante de un recóndito museo de Dusseldorf que de pronto percibe, procedente de un cuadro de Klee, la llamada del oscuro príncipe del país de los suicidas.
Ambas imágenes, por una relación que no puede sino ser únicamente personal, me sugieren una serie de preguntas: ¿Cómo (y porqué) nos comportamos al hacer de espectadores en un museo? ¿De qué lugar hemos aprendido esas normas, esos lugares comunes? ¿Bajo qué ideas nos cobijamos para emprender tan repetido performance? ¿Hay museos en los que realmente (salvando las propuestas didácticas e infantiles) se ofrezca una experiencia distinta de relacionarse con las obras, los objetos y las piezas expuestas? Las preguntas me las hago con trampa, pues tengo entre las manos su posible respuesta: un artículo que a la vez refiere a una interesante exposición, aparecido en el número 553 (23/02/2013), del suplemento Cultura|s
Lo firma Jorge Luis Marzo, comisario de la exposición ‘No tocar, por favor’ que el Museo Artium de Vitoria tiene programada para mayo de 2013. Sobre cómo los museos disciplinan al ciudadano respecto al consumo y percepción de las imágenes artísticas, es la consigna de una muestra que plantea, entre otras cosas, lo relativo del concepto de artistcidad vinculado a una obra, así como la forma en que se van codificando los espacio y lenguajes artísticos.
Es el contexto el que determina la ‘artisticidad’ de la obra. La historia del museo está ligada a cierta vocación aleccionadora y a espacios tendientes a la restricción, las normativas y hasta el autoritarismo. El uso del museo durante el siglo XIX como espacio de instrumentalización por parte del estado burgués en formación. De la herencia anacrónica de los códigos de conducta, interacción y consumo de obras de arte dentro del espacio museístico, a la noción performativa de la visita al museo en la actualidad.
Estas ideas y muchas más aborda Marzo en un texto que merece la pena revisar y sobre todo en una muestra que promete adentrarnos en una reflexión muy pertinente de cara a las transformaciones del espacio y el lenguaje museístico de la actualidad.