CONVERSACIÓN II: Oriol Martí Sambola, @quissir, politologo y gestor de proyectos culturales & Àngel Mestres, @mestresbcn, director de Trànsit Projectes […]
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Sobre CONVERSACIONES EN CONFINAMIENTO*: «No hay nada más dañino que un tonto fatuo que se cree periodista.» Escribió Karl Kraus en 1915 durante su auto impuesto confinamiento. Kraus era agorafóbico pero ante la exigencia de los hechos, hacía muy poco que la Primera Guerra Mundial había estallado allá afuera, transformó su casa de Viena en la redacción de Die Fackel (La antorcha), revista de la que desde entonces se convirtió en su único redactor. Según dijo él mismo, declarando con ella su propia guerra contra la desinformación, el estereotipo, el tópico y el lugar común «En épocas de bancarrota intelectual, lo que se emite en vez de la moneda ilustrativa es el papel moneda del tópico», se lee sin ir más lejos en uno de sus números a propósito de las informaciones sobre la guerra que lee en los periódicos. Nosotros no pretendemos tan altas ambiciones, ni las de Kraus ni las del periodismo. Seguramente repetiremos más de un tópico pero sortearemos lo mejor que podamos los obstáculos del lugar común. Estas conversaciones (en cuarentena) no son pues una guerra contra nada y contra nadie, son, simplemente, una manera de continuar, desde nuestro rincón ahora un poco más enclaustrado, reflexionando en voz alta y con los que nos rodean sobre lo que nos atañe y nos importa: generar juntos las condiciones para que crezcan proyectos que trabajen por el acceso al capital cultural.
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Realizar pronósticos nunca ha tenido buen crédito. Ya Cicerón, en La naturaleza de los dioses, afirmaba que conocer el futuro carece de utilidad y que es miserable angustiarse sin provecho alguno. También el poeta trágico Pacuvio ironizaba con que a los agoreros es mejor oírlos que escucharlos. El pasado fin de semana en el País podíamos leer el artículo: “La Carrera por anticipar el mundo” y anotábamos “Entre todas las previsiones que circulan sobre el mundo que saldrá de la crisis hay una que puede avanzarse sin miedo al error: será un mundo obsesionado por las pandemias”.
Sin negociarles a dichos pensadores clásicos ni un atisbo de razón, un estado de confinamiento da para tanto que ha sido imposible no especular sobre posibles escenarios que se proyectan en el entorno de las políticas culturales locales. Léanse pues las siguientes líneas como una puesta en común de una sincera angustia que atañe no solo a un sector cultural frágil y singular (por ejemplo, en el sector del libro: el pacto de estado urge), sino a todos y cada uno de los individuos que conformamos la ciudadanía.
Desgraciadamente, el hilo conductor de este texto es la palabra miedo. Les aseguramos que de nada tenemos más miedo que del miedo. Porque nos paraliza, nos abruma, nos engaña, porque nos empequeñece de manera individual y colectiva, porque ataca al corazón de la esencia humana, que no es otra que la capacidad de razonar con cierto criterio de supervivencia (y, ya que estamos en formato virus, añadiría de supervivencia de la especie).
Así, las siguientes reflexiones son la enumeración de algunos miedos frente a las futuras decisiones sobre políticas y acción cultural dentro de un contexto local.
Según el presupuesto de la Generalitat de Catalunya de 2017 (último presupuesto aprobado y vigente con prórrogas hasta el mismo día de hoy), los ayuntamientos son las administraciones que más invierten en cultura, con unos 525 millones de euros. Justo después se situaría la inversión del Departamento de Cultura, con 278 millones de euros, algo más de la mitad. Solo a modo de apunte, cabe recordar que es la Generalitat quien ostenta la competencia de cultura, históricamente transferida por el Estado central.1
En cualquier caso, los ayuntamientos tienen un peso importante en el desarrollo de políticas culturales, gestión de equipamientos, compra de fondos, exposiciones, festivales de música, artes visuales, cine o literatura, programaciones y temporadas escénicas, fiestas populares y tradicionales, ediciones y publicaciones, cursos de aprendizaje, conservación y restauración patrimonial o ayudas a tejidos asociativos culturales, entre tantos otros ámbitos. En fin, no es nada extraño que, en Catalunya, una ciudad de tamaño medio destine entre un 5% y un 10% de su presupuesto de gasto global a la cultura2.
Ante este considerable e imprescindible motor cultural (en especial atendiendo al criterio de proximidad), y ya centrados en la gran amenaza de la crisis global que supone la irrupción de la COVID-19, he aquí la posible aparición de algunos miedos políticos letales para la cultura:
MIEDO AL GASTO
Más allá de la avalancha de cancelaciones que se han producido desde el 14 de marzo y de la entrada a una (nueva y previsiblemente futura) normalidad, las administraciones locales pueden temer y, en consecuencia, frenar la activación cultural futura. No tanto por posibles restricciones sanitarias, sino más bien por el miedo endémico al gasto público en partidas culturales injustamente vistas como prescindibles. Lo anterior sin otra justificación que la de la previsión ante futuras incertidumbres, y las necesidades para garantizar otras prioridades no culturales de la ciudadanía. Nada nuevo, un debate clásico en un nuevo escenario.
Lo público, por definición, no puede contraerse en su vertiente activadora a través del gasto cuando las cosas van mal. De hecho, este es el crispado debate dentro del marco de la UE en los últimos 12 años trasladado a un contexto micro. El economista Yanis Varoufakis afirma lo siguiente con respecto a lo que está pasando: “La deuda pública aumentará y debe aumentar: la caída precipitada de los ingresos del sector privado debe ser reemplazada por el gasto público. Si no, las quiebras destruirán gran parte de la capacidad productiva de Europa y, por lo tanto, agotarán aún más la base impositiva.”
Si los ayuntamientos (de la mano de otras administraciones, evidentemente) no asumen un atrevido y contundente rol de agente inyector para la activación general del tejido cultural, habrá un auténtico paro cardíaco en el sector (hecho que ya se puede constatar a nivel global, por ejemplo, en la página web del Cirque du Soleil).
Son los ayuntamientos quienes contratan a artistas, creadores, gestores, curadores, músicos, bailarines… Son los ayuntamientos quienes compran libros, focos, bafles y periódicos. Son los ayuntamientos quienes contratan a restauradores, historiadores y diseñadores gráficos. Son los ayuntamientos quienes necesitan técnicos, consultores, empresas de producción y de servicios culturales o agencias de comunicación. El riego económico a sectores profesionales vinculados de manera directa o indirecta con lo cultural es muy importante, tanto, que no se puede titubear. Es una cuestión de responsabilidad pública. En este punto, alguien nos puede comparar con otros sectores económicos y hará bien, por supuesto, pero ¿la cultura es cara? ¡Pruebe con la ignorancia!
Esto se hace aún más evidente si hablamos de cualquier ciudad pequeña (menos de 20.000 habitantes). Sus administraciones locales no tienen competencias ni en seguridad social o prestación de desempleo (gobierno central), ni en sanidad (autonomía), ni en servicios sociales (consejos comarcales), ejemplo de los tres sectores que más sobrecoste van a experimentar en el futuro inmediato.
En los próximos meses, los ayuntamientos pequeños y medianos verán mermados sus ingresos provenientes de la recaudación cultural, ocupación de la vía pública, concesiones de dominio público y, quizás (solo quizás), de jardines de infancia, escuelas de música o gimnasios públicos. Pero, por el contrario, habrá un triste y considerable ahorro en base a la paralización (o incluso anulación) de actividad, cuya mayor parte bien puede ser del ámbito cultural.
Todo ello para pronosticar que el impacto económico podría ser solo moderado en las balanzas municipales de ciudades medianas y pequeñas, sin heridas económicas profundas. Razón de más, pues, para no rehusar responsabilidades en inversión, gasto y riesgo.
MIEDO AL RIESGO
A partir de los años 90, los ayuntamientos, con un cierto mapa de equipamientos asentado, empiezan a incorporar políticas de fomento de la creatividad, investigación, riesgo e innovación como elemento diferenciador de la ciudad (por ejemplo la iniciativa de rescate patrimonial de viejos equipamientos industriales). De la misma forma, se integra la aceptación de una realidad intercultural que servirá para construir nuevas bases identitarias mucho más complejas y ricas.
En el 2008, pese a llegar más fuertes a nivel presupuestario y con menos precariedad, la crisis supuso un hachazo a este tipo de políticas justo cuando empezaban a retejerse. No podemos abandonar por miedos diversos (económicos, de incomprensión social o de lejanía cultural) los proyectos de riesgo, diferenciadores y singulares, malentendiéndolos como cultura superflua, cuando se trata exactamente de los pocos elementos que, a medio plazo, dotan de carácter y singularidad a las ciudades.
A pesar de las dificultades del cercano día después, la valentía política debe asumir que las apuestas seguras a veces nos alejan de la razón última del hecho cultural y que la presencia de los proyectos y propuestas minoritarios, arriesgados y culturalmente más complejos, son tanto o más necesarios que el último éxito en taquilla.
No les tengan miedo a los festivales de creación contemporánea (MIRA Festival), a programaciones con presencia de culturas urbanas no legitimadas (África en América), a las becas de creación (Recursos Culturales), residencias de artistas (ver índice de arteinformado), publicaciones de poesía (Stendhalbooks) o jornadas de pensamiento (Regenera’t). Todo esto nos diferencia, nos ubica, nos permite crecer y nos hace bien.
MIEDO AL PROFESIONAL
Los ayuntamientos gozan de alianzas impagables en los municipios: los importantes tejidos asociativos vinculados al teatro, la música o la cultura tradicional y popular. Dichas entidades son un elemento fundamental en el desarrollo de la producción y la oferta cultural de una ciudad. Carnavales, fiestas mayores y fiestas populares, festivales de música, programaciones escénicas, conmemoraciones históricas, jornadas lingüísticas o cabalgatas de reyes son algunos ejemplos de las capacidades tanto organizativas como culturales del asociacionismo.
Defendemos que son absolutamente necesarios los proyectos de acción y reflexión sobre nuevas formas de participación cultural. Como dice el colectivo Vivero de iniciativas ciudadanas (VIC) en Queremos habitar3: “Lejos de plantear la ciudad utópica, ciudadanía, espacios colectivos y cultura abierta proponen trabajar con las muestras de cultura emergente como base de una realidad que integra utopías cotidianas”. ¿Podemos renunciar a procesos tan necesarios como el que promueve este colectivo? ¿No será que justamente eso es lo que necesitamos para afrontar no solo esta crisis pandémica sino la propia vida?
Ahora bien, el cercano día después no puede llevarnos a algo que ya hemos vivido en otros momentos, como es la sustitución de lo profesional. Que el miedo al conflicto o la voluntad de acercamiento a ciertos colectivos de proximidad, sumado al temor ya analizado del gasto, no genere temerarias audacias suplantadoras de lo profesional hacia lo asociativo. Bastante esfuerzo nos ha costado entender y hacer entender los límites entre lo profesional y lo asociativo como para echarlo todo por la borda a causa de un miserable virus.
Y DOS APUNTES MÁS:
Uno, cada día surgen más iniciativas solidarias para recaudar fondos con destino a proyectos sanitarios, sociales e incluso culturales. Bien. ¡Pero atención! Si es a través de artistas, creadores, compañías o formaciones musicales, hay que asumir y reconocer que son profesionales. Que la solidaridad y el entusiasmo (atención a Remedios Zafra) no sean un agente precarizador. También Raynald tiene algo que deciros al respecto.
Y dos, una lógica en un mundo d.C. (después del Coronavirus) donde se practique el “primero los de aquí” no nos llevará a nada. Supongamos que una ciudad tiene una tradición musical importante con muchas formaciones profesionales. Supongamos que deciden programar prioritariamente compañías locales. Ante este escenario planteamos dos preguntas: ¿Imaginamos cuántas actuaciones podrían realizar dichas formaciones locales fuera de su ciudad aún siendo muy buenas si el resto del territorio practica las mismas lógicas del “primero los de aquí”? Y segunda pregunta: ¿Se imaginan algo más terrorífico, pobre y aburrido que una escena musical permanentemente endogámica? ¡Ampliemos horizontes! (Aquí os proponemos un descanso con este video fantástico “Live the Jazz Manouche at EMMCA!”)
MIEDO A LA SALUD
Hay un cierto enquistamiento en la izquierda política radical (¿radical?) que supura conservadurismo, o puro reaccionarismo.
Todavía hoy alguna izquierda ubica la cultura –por mera trayectoria política, por malas experiencias personales o por yo-qué-sé-qué– en el ámbito de lo superfluo, lo inútil, lo elitista4, lo impopular e innecesario. La cultura es todavía, para algunas formaciones políticas de progreso, algo que nunca podrá estar a la altura de los derechos sanitarios o educativos. Mal.
Es una verdadera lástima cargar con esta penitencia ideológica, porque implica ir a contracorriente con nuestro tiempo. Sin ir más lejos, leíamos hace poco que la Organización Mundial de la Salud recomienda incluir el arte y la cultura en la atención sanitaria. ¡Pues claro! La cultura no solo es salud, bienestar y progreso, sino que supone también un auténtico desafío a la lógica de reproducción de Bourdieu. Hay que entenderlo…
Se cumple ya una década del estudio de Subirats, Partal, Barbieri y Fina titulado “El retorn social de les polítiques culturals: de l’impacte social al valor públic” que profundizaba en los vínculos entre cultura, educación, medio ambiente y salud. Más recientemente se ha publicado el estudio del Arts Council England titulado Arts and culture in health and wellbeing and in the criminal justice system. A summary of evidence o el informe Culture, Wellbeing and the Living Standards Framework: A Perspective del Ministry for Culture and Heritage de Nueva Zelanda, entre tantos otros.
En este cercano día después, el miedo no puede dejar rezagada a la cultura, oculta tras otros derechos básicos de la ciudadanía como la educación o la sanidad. La valentía, en este caso, radica en entender –de una vez por todas– que cultura, educación y sanidad forman un todo que nos garantiza una vida mejor ante un medio cada vez más hostil.
Porque del cambio climático ya hablaremos en otra ocasión…
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1Artículo 127 del Estatut d’autonomia de Catalunya aprovado el 19 de julio de 2006. https://web.gencat.cat/ca/generalitat/estatut/estatut2006/titol_4/
2 https://interaccio.diba.cat/blogs/2019/despesa-cultura-municipis-1417
3 Trànsit Projectes. “Queremos Sonreir”. QueremosHabitar. Ciudadanía, espacios colectivos y cultura abierta pág 47. Editorial NED
4 No podemos dejar de citar el maravilloso artículo del gran Jorge Wagensberg: “Élite procede de la palabra latina eligere. Los que están en la élite son los elegidos, los seleccionados….” Artículo completo en https://metode.es/revistas-metode/secciones/metodo-wagensberg/elite-una-palabra-perversa.html
* Imagen: Erwin Wurm: https://www.erwinwurm.at/