Me inclino ante las bibliotecas cardinales. A menudo recurro a ellas. Pero me inclino con un poco de espanto. Las utilizo cuando no puedo hacer otra cosa en absoluto. Lo confieso, no soy hombre de esos inmensos conversatorios de lo impreso. Amo demasiado los libros para soportar visitarlos tan solo y poder abandonar los volúmenes, a la hora de cerrar, a los guardianes de sus gloriosas Bastillas. Me gusta que los libros compartan mi vida, me acompañen, callejeen, trabajen y duerman en mi compañía, se rocen con las venturas del día y los caprichos del tiempo, acepten citas conmigo a horas imposibles, ronroneen con la gata al pie de mi cama, o se arrastren con ella entre la hierba, doblen un poco la punta de sus páginas en la hamaca de verano, se pierdan y se encuentren de nuevo.”

El fragmento anterior pertenece a esa pequeña joya escrita por Claude Roy en 1984: El amante de las librerías. Cualquiera que se sienta cercano a estos espacios y sobre todo, al irrenunciable vicio de adquirir las piezas que en ellos se comercian, disfrutará con una leve sonrisa cómplice entre los labios de este pequeño pero muy profundo texto. Un repaso entusiasmado sobre el amor y la adicción a visitar librerías y aquirir libros. Un especie de confesión y al mismo tiempo de declaración de intenciones sobre esta afición tan complicada, hecha desde un tiempo en el que todavía no se encontraba en boca de todos la augurada defunción de estos singulares espacios. 

Lugar de paso; epicentro intelectual o albergue de las tertulias; galería; jardín; casa editorial o escenario; bar-cafetería; salón de clases; monumento; refugio o tienda por departamentos, librerías las hay de muchos tipos y con muchas intenciones aunque, claro, cada vez las haya menos. De un tiempo a esta parte la mayoría de las aproximaciones, charlas o ideas que rondan sobre estos lugares tienen un caracter marcadamente apocalíptico. O se presentan, en el mejor de los casos, como argumentos de reflexión que intentan proponer soluciones a un problema que no terminamos de tener del todo claro.

Si se habla del futuro de las librerías desde la cercanía tendríamos que señirnos a la crisis económica, que afecta tanto al bolsillo del comprador-lector, como al mundo editorial mismo. Si hablamos de futuros lejanos la exploración tocaría formas de transmisión de conocimiento y habría qué preguntarse sobre el papel que seguirá jugando el libro en este rubro. Abierta la puerta de lo anterior, si nos señimos a lo inmediato la idea se relaciona, evidentemente, con la implosión del libro digital y sus posibles consecuencias para lo que, hasta hoy, han sido las librerías. Otros caminos a la par nos hacen preguntarnos por la transformación de la figura del librero, o las nuevas vías de publicación y distribución de materiales impresos.

Independientemente de cuál sea el devenir de las industrias, las actividades comerciales o las prácticas que sustentan y proveen estos maravillosos puntos de venta, intercambio y comunidad; lo mejor que podemos hacer ante tales disyuntivas es visitar las librerías. Sí, sin temor a ser más o menos panfletarios insistimos: visitad las librerías. Y eso es lo que queremos hacer en este post. Invitarlos a un recorrido de la mano de la siempre imprescindible Jotdown, y, en este caso, de la firma de Raquel Blanco. Un recorrido muy interesante y variado por las más encantadoras librerías del territorio español. Una serie de reportajes y acercamientos por librerías emblemáticas; pequeños proyectos independientes; grandes clásicos que han conseguido mantenerse y superar otras crisis como esta; nuevos modelos de negocio o librerías underground. La serie se llama Librerías con encanto y es, a su manera, un viaje por el gusto por los libros a lo largo del país que bien puede ser visto también como un estado de la cuestión de este sector y este oficio, impresindible, a nuestro entender, para el devenir de la cultura y sus diferentes actores, usuarios, consumidores y creadores.

Para algunos lectores, una librería es un templo. Para otros es una tienda más, casi un supermercado, o incluso una mesa donde poder tomarse un vino. Otros jamás habrán puesto un pie en ella. Y también estarán los que piensen que hoy es un modelo (de negocio) caduco y por extinguir, dadas las escasas ventas de libros y la sigilosa aproximación del libro digital, afirma el escritor Jorge Carrión, en entrevista para La Vanguardia, de quién pronto hablaremos más aquí a propósito de la próxima publicación de Librerías, finalista del último Premio Anagrama de ensayo.