La premio nobel de literatura Svetlana Aleksiévich, afirmaba en una reciente entrevista que ha llegado el momento del hombre pequeño, del hombre que ya no quiere seguir siendo la arena de la historia, sino que quiere participar aunque nadie le pida su opinión, acerca de las grandes ideas […] Sus declaraciones hacían referencia a los personajes reales y en cierta medida condenados a sus propias circunstancias, que pueblan las historias polifónicas de Aleksaiévich. Sin embargo, la afirmación parece inmejorable para comenzar un comentario acerca de la obra de Vivian Maier. Una propuesta fotográfica que bien podría retratar el espíritu contemporáneo al que alude la escritora ucraniana.

En primer lugar porque la historia que acerca su archivo al gran público, parece diseñada por un director de marketing desde la más rabiosa actualidad. Una tímida y solitaria niñera en el Nueva York de 1950 se aficiona secretamente a la fotografía. A partir de entonces pasa su vida retratando el mundo y retratándose a sí misma mientras camina por las calles de la ciudad. Algunas veces le acompañan los pequeños a los que cuida, otras va hasta los barrios marginales y simplemente dispara, una y otra vez, el abturador de su cámara reflex. Nadie imagina la faceta artística de la niñera Meier, ni adivina siquiera que algo que produzca una mujer tan común como ella pueda tener valor ninguno. Sus capturas permanecen en el anonimato durante décadas. Muchas de ellas en carretes todavía sin revelar o en negativos que jamás se imprimieron. Hasta que, años después de su muerte, el joven historiador John Maloof descubre por azar un lote de 200 cajas con 120.000 negativos: la obra fotográfica de una vida dedicada a capturar, en palabras de la curadora Anne Morin, “la poesía de la banalidad”.

Lo segundo es el lenguaje de las imágenes captadas por Meier. Pues hay en ellas una voluntad autoreferencial y una mirada sobre lo cotidiano, que las conecta de forma por demás curiosa con los valores, el imaginario y las prácticas de registro de nuestra época. Aquello que el fotógrafo Joan Foncuberta ha descrito ya como la postfotografía. Autorretratos que coquetean avant la lettre con el tópico del selfie, pero siempre envueltos en un velo de sombras, de luces, de reflejos y distorsiones. Objetos que interfieren entre Meier y el mundo, como si el reto fuera descubrir un espectro y no su propia figura. Retratos callejeros de diversa naturaleza, siempre casuales, siempre voyeuristas. Como si se tratara de la mirada de un espía. Se intuye en ellos la quimera que ha tenido cualquiera que haya experimentado mínimamente con la fotografía a pie de calle: llevar un obturador integrado en los ojos que permita capturar esos momentos de la casualidad, sin que la interferencia de la cámara los desintegre antes.

Sombras y luces, y líneas, y reflejos, y formas duras y geométricas; y cielos sorpresivamente vacíos. Rostros estériles y melancólicos, y citadinos y cinematográficos. No hay sonrisas, ni poses exageradas: todo es pura realidad y al mismo tiempo pura ficción diseñada por la mirada infantil, algo amateur y siempre peculiar de esta especie de Mary Poppins neoyorquina de los años 50´s. A veces parecería cercana a la sensibilidad de los grandes retratistas de la Norteamérica de la Depresión, Dorothea Lange o Richard Avedon. Otras la dureza parece sustituida por un afán de crear ficciones parecidas a las que el cine ya reproducía desde entonces: los maravillosos años de aquel país. Lo cierto es que luego del hallazgo de sus archivos, Vivian Meier está más viva que nunca. Sus imágenes han sido recogidas por la Howard Greenberg Gallery de Nueva York, que la ha llevado a itinerar por todo el mundo: de Chile a Dinamarca, de Inglaterra a Brasil, de Alemania a Suecia…

Ahora, sus fotografías llegan por primera vez a Barcelona. Lo hacen a través del siempre recomendable trabajo de La Fundación Foto Colectania, bajo el título de Vivian Maier. In Her Own Hands, una muestra que reúne 79 imágenes, muchas de ellas inéditas, a manera de introducción a la particular fotógrafa. La muestra coincide con la que la Fundación Canal Isabel II de Madrid ofrece en paralelo en la capital española, esta vez centrada en la que se considera la especialidad de Meier, la fotografía a pie de calle. Ambas muestras permanecerán abiertas todo el verano, hasta el mes de septiembre. Sin duda una oportunidad inmejorable para sentirse un poco John Maloof y descubrir, casi por casualidad, una mirada adelantada a su tiempo que ya ha dejado su impronta en la historia de la fotografía del siglo XX, al lado de los grandes nombres de la Street Photography, como Helen Levitt, William Klein o Garry Winogrand.

En los diez años que llevo trabajando aquí, nunca había visto nada parecido, escuché decir a la encargada de la Fundación Foto Colectania el pasado fin de semana mientras compraba una entrada para ver la muestra. Se refería a la gran cantidad de personas que nos amontonábamos delante de las impresiones de Meier aportando las sonrisas que no encontrábamos en los retratados. Eso, creo, es el mejor ejemplo de cómo una tímida mujer de orígenes germano-franceses nacida en la Nueva York de 1926, supo capturar la sensibilidad -entre amateur y melancólica-, que acapara la atención y las ilusiones de este milenio atiborrado de imágenes.

Vivian Maier. In Her Own Hands. Fundación Foto Colectania (Julián Romea 6, D2 08006 Barcelona). Del 7 de junio al 10 de septiembre de 2016. Inauguración el lunes 6 de junio a las 20.00h