Hacía tiempo que no publicábamos una entrada en este blog que hiciera referencia a iniciativas ajenas a nuestra dinámica de trabajo. La exigencia de los proyectos propios; la saturación de las agendas; la prioridad en la difusión de lo emprendimientos de la casa: los pretextos son muchos e igualmente innecesarios […]. Hoy, sin embargo, la coincidencia que ha supuesto el hallazgo de una nota de prensa, su vínculo directo con una serie de conceptos que nos resultan particularmente cercanos, y el descubrimiento de una iniciativa muy sencilla pero de espíritu igualmente noble y pertinente, ha desentumecido la primera persona y nos ha motivado para compartirles estas anotaciones. Va entonces:
Numerosos son los espacios en los que se han dedicado ríos de tinta y pixel a darle vueltas a la idea de la crisis del sector editorial en España. Apenas ayer encontrábamos el enésimo texto al respecto, esta vez en el periódico El País. Saltan las alarmas en el sector editorial español… se titulaba una nota firmada por el reconocido crítico Winston Manrique Sabogal. El texto exponía, entre otras cosas, los últimos datos presentados por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) y se atrevía a afirmar que el mundo del libro ha retrocedido 20 años en sus ingresos por facturación en el mercado interior, con seis años consecutivos de caída, un 40,6% con respecto a 2008. Más allá de las alarmas de Manrique, el motivo de esta entrada pasa por la parte olvidada de la ecuación, que no es otra que la relación afectiva que los usuarios, en este caso los lectores, establecen con un determinado bien o entorno cultural. Y lo es porque la iniciativa que nos ocupa, YO AMO MI LIBRERÍA, provoca cuestionarse sobre la pertinencia de este elemento como valor de medida en todo ese ir y venir de cifras premonitorias.
Hay, como decíamos, varios conceptos de nuestro interés que cruzan por un proyecto como YO AMO A MI LIBRERÍA. En primer lugar está la cada vez más frecuente presencia de la parte afectiva, empática e incluso emocional como paraguas discursivo de muchas iniciativas culturales recientes. Ejemplos tan cercanos como el CopyLove de Zemos98, o proyectos en los que nosotros mismos hemos estado explorando nociones similares como CiudadesEmocionales y, más lejos en el tiempo, nuestra Guía Sentimental, dan muestra clara de ello. El segundo punto es el ya mencionado interés, la abundante preocupación y sobre todo la insistencia discursiva (de la que también hemos participado en este espacio) sobre las incertidumbres del mundo del libro: su necesidad de cambio de modelo en la industria, la disminución de las ventas, las mudas de formato y las incógnitas sobre la modificación que se viene en la cadena de producción-distribución. El tercer punto es un aspecto del que ya teníamos tiempo queriendo hablar: la implosión de las librerías independientes en España y, particularmente, en Barcelona. Si los últimos 5 o incluso 10 años habían sido los de la proliferación de las editoriales independientes, de pequeño formato y muy sectorizadas; la época reciente ha visto como esa estafeta se ha pasado al terreno de las librerías.
Pequod en Barcleona; Yorick en Madrid; Un gato en bicicleta en Sevilla; El armadillo ilustrado en Zaragoza. Más recientes: La Caníbal, Calders, Tipos Infames, Bartleby, La Memoria, Ona, Novecento… En los últimos años, en el centro de la crisis económica y del papel, decenas, quizá ya un centenar de pequeñas librerías con encanto y personalidad propia han brotado en diferentes ciudades españolas, y se han mantenido en pie a pesar de los más pesimista augurios. ¿Cómo es posible este repunte? ¿Qué ideas se esconden detrás de dichos emprendimientos? ¿Funcionan como nuevas economías culturales? ¿Están realmente planteando un nuevo modelo; un camino a seguir? O más radicalmente todavía, como se cuestiona Lucía Lijtmaer para Eldiario.es: ¿Quién es el insensato que, frente a la continua caída de la venta de libros -un 10% en el último año- y el fantasma del monopolio de Amazon abre un negocio voluble que requiere una inversión considerable? Responder a las interrogantes de ese boom es casi tan imposible como lo ha sido responder a sus homólogos editoriales de hace unos años, y sin embargo, muchas de esas micro-empresas continúan en pie y consiguen ser operativas. Más allá de la especialización de la que participan, más allá de la sectorización que pregonan, o del hábil uso de las redes sociales del que son ejemplo. Es la parte afectiva, nos atrevemos a decir, la que las está poniendo por encima de sus competidores más grandes en volumen. La generación de vínculos, no sólo estratégicos, económicos o incluso conceptuales, sino emocionales. Donde el trato directo con el cliente supera la transacción y busca, más que compradores, seguidores, fieles, prescriptores de su ideas y la experiencia que intentan construir para quien se acerca a ellas.
Es por todo esto, finalmente, que queremos destacar la iniciativa YO AMO A MI LIBRERÍA; un divertimento, una ocurrencia según dictan sus propios creadores. Pero al mismo tiempo una puerta abierta a intentar sistematizar, o al menos dejar registro, de los valores afectivos que también deberían ser cuantificados y aparecer en la estadística tanto del mundo editorial como de cualquier otro indicador referente a proyectos de tipo cultural. La idea del proyecto es muy simple: alimentar un mapa colectivo de librerías que van siendo marcadas y localizadas en todo el mundo. Siempre bajo el único criterio de afinidad sentimental. Un mapa de afectos librescos que pone de manifiesto eso que nos hace elegir un local de estas características por encima de otros. No se trata únicamente de tener el mejor fondo editorial, o el mayor surtido de novedades; no se trata sólo de una privilegiada ubicación o de su presencia en la historia de la literatura; a veces no se trata incluso de tener al mejor librero o servir el mejor café, sino de algo que ese sitio nos hace sentir especialmente; amor, sí, aunque suene tremendamente cursi.