Insistimos en un tema que nos interesa notoriamente: ¿cómo responder a la interrogante sobre el devenir del último eslabón de la cadena del libro que el tandem digitalización-crisis económica está volviendo incierto para agentes independientes y pequeños puntos de venta?[…]Seguimos coleccionando materiales para intentar esbozos de respuesta a preguntas como esta y otras más acerca del libro y sus futuros, que tanto llevamos haciéndonos en este espacio. Ahora toca el turno a un artículo que recogimos hace ya unos días, se trata de Un oficio en vías de extinción publicado por el escritor peruano Iván Thays tanto en su conocido Moleskine literario, como en su nuevo blog en El País Vano oficio. En él Thays hace un rápido recorrido por ese inevitable setimiento de nostalgia que, independientemente del entuciasmo que pueden causarnos las puertas para el acceso y la nuevas vías de lectura que pueden augurarnos los soportes digitales, se aparece como inveitable al pensar en librerías independientes y oficios libreros que se precien. Sin duda dos de los más sólidos pilares de la modernidad cultural del siglo pasado. 

Aquí unos fragmentos del textos de Thays:

Ser librero no es un oficio sencillo. Primero, hay que saber pedir a las distribuidoras y estar atentos para que nunca falte el libro que alguien podría querer. Qué triste es una librería donde las existencias dependen del ritmo –casi siempre caótico o arbitrario- de las distribuidoras. Un buen librero se da cuenta de que falta poco para que se agote un libro que no puede faltar en su estante, se anticipa y lo pide. Un buen librero también se da cuenta de qué libro, de todo el catálogo de una distribuidora, es interesante. El olfato para reconocer los best-sellers, los libros que tendrán buenas reseñas y aquellos que pasarán desapercibidos para todos menos para él, es condición indispensable para llevar una librería independiente.

El segundo requisito es saber recomendar. Hacer un perfil rápido del comprador y cuando este le pide ayuda (o cuando no se la ha pedido, pero da vueltas por el local como por un problema matemático que no puede resolver) ir a su encuentro, conversar con él unos minutos y de inmediato tener en mente dos o tres libros que seguro encajarán con su gusto. El auténtico librero será incluso más agresivo. Podrá quitarle de las manos al lector un libro que no vale la pena, pero que se lo han recomendado erróneamente, y ofrecerle uno que sí vale. Recuerdo cuando era estudiante, ahorrando mis propinas para ir los fines de semana a “El Virrey”, donde Sanseviero jugaba ajedrez y me recomendaba libros. También recuerdo a Parra, de “Metales Pesados”, metiéndome en la bolsa un libro que no le pedí, seguro de que me gustaría, y no se equivocó: Vías Revolucionarias de Richard Yates, que gracias a él descubrí antes de que se hiciera la película. Recuerdo hace poco mis tardes en “Eterna Cadencia”, en medio de centenares de novedades sin saber elegir. Gracias a un librero me llevé solo algunas, no más de una decena, todas buenas.