Pendientes como siempre, por pasión, por interés y por vocación lectora, quizá también por parte que somos del mapa enorme de los flujos de contenidos culturales […] nos encontramos buceando de nuevo entre informaciones sobre los futuros y los augurios para el libro, entre las especulaciones sobre el final, el comienzo y lo que se viene o se ha dejado atrás en la industria editorial. Hurgando por allí hemos dado con artículo muy particular de la periodista y escritora Alicia Dujovne Ortiz que refiere a la actual situación del mercado y la industria editorial y arroja todas las preguntas y muchas más que ya llevamos haciéndonos en este blog desde hace tiempo. Se trata de un texto, todo hay que decirlo, incisivo, colérico algunas veces, pesimista en otras; pero sobre todo se trata de un texto pertinente, que plantea un panorama general de lo que está sucediendo con la industria editorial a nivel mundial y que asume sin tapujos sus compromisos frente a la lectura y la literatura.  Bien vale la pena releerlo para irnos planteando nuestro propio panorama, sería muy interesante generar el esbozo de los agentes y factores en juego que Dujovne hace concretamente sobre el sistema de edición francés, trasladado a España, sus grupos, sus mafias y sus editoriales. En fin,  un interesante material para seguir inflando más las enormes nubes de preguntas que nos surgen sobre el estamento de la cadena de libro viendo lo que pasa alrededor de la industria. La inquietudes son las mismas: ¿y los libros? ¿y las librerías? ¿y los lectores? ¿los libreros? ¿y los autores? ¿y la literatura?

Aquí el artículo completo: http://www.lanacion.com.ar/1454270-el-dinero-y-las-palabras

Aquí un extracto del texto:

(…) Por si esto fuera poco y por el mismo precio” -añadiremos, puesta la mente en los vendedores de peines y biromes, un oficio acaso destinado a los escritores lo bastante ágiles como para subirnos al colectivo a proponer libritos que entren “en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero”-, por si esto fuera poco, pues, tampoco al lector con ganas de descubrir autores le quedan muchas librerías independientes, ésas donde uno entra a mirar, a pedir consejo, y donde el librero, que para vender lo escrito ha comenzado por leerlo, decide por su cuenta qué poner en la vidriera sin esperar que los editores le paguen por centímetro de estante. Schiffrin relata que el grupo Feltrinelli, el de la editora amiga de Herralde, dueño de cien librerías, ofrece generosamente exponer las obras de un autor en sus cien vidrieras por la módica suma de 10.000 euros y “por ser usted”. Pienso que si un editor modesto pero fervoroso tuviera esos 10.000, preferiría publicar otro libro antes que desembolsarlos para que los apresurados viandantes vean el color de una tapa repetida a lo largo y lo ancho de un escaparate. No podemos saber a ciencia cierta si los puñetazos en el ojo a que la publicidad nos somete despiertan el deseo o lo adormecen. Pero resolver en nuestro fuero interno que la vidriera monótona, insistente y remunerada es lo contrario de la libertad, y que la preservación del deseo pasa por la sobriedad, no por la desmesura, significa nada menos que elegir de qué lado estamos.

(…) De las trescientas librerías que había en Nueva York después de la Segunda Guerra Mundial, relata Schiffrin, ahora, contando las cadenas gigantes, quedan treinta. En Inglaterra es igual: después de haber eliminado numerosas librerías independientes con el simple recurso de vender más barato, Waterstone fue comprada por W. H. Smith, una cadena de negocios de diarios y revistas que puede permitirse bajar todavía más los precios de los libros. Es por eso que en París, en los Champs-Élysées, un librero “resistente” llenó el frente de su librería con paneles de lado a lado donde figuraba la más drástica de las opciones: “vivir o morir”. Lo vi con estos ojos. Parecíamos estar en la Comuna del 48 o en Mayo del 68, pero era simplemente un hombre que amaba su oficio y que se negaba a entregarle el local a un negocio de modas, tal como sucedió hace unos años con esa librería maravillosa que fue Le Divan, en Saint-Germain des Près, ahora convertida en Dior.