Después de sucesivas crisis y refundaciones, en las últimas décadas el museo ha conocido una situación paradójica: tan cuestionado como reivindicado, ha ganado un nuevo protagonismo justamente cuando sus límites y posibilidades se hacen cada vez más difíciles de definir.” María Dolores Jiménez-Blanco, Historia del Museo en nueve conceptos. | “No habrá suficientes centros culturales hasta que su número sea equiparable al de los estadios de fútbol”. Manuel Borja-Villel, director del Museo Naciona Centro de Arte Reina Sofía

La primera entrada referente a la palabra museo dentro la mayoría de los diccionarios le adjudica su origen al latín musēum y, a su vez, al griego Μουσείον. El anclaje etimológico anima la apurada conclusión de que la presencia del museo en el orden social, prevalece desde la antigüedad clásica. Baste decir sin embargo que aquello que entonces se conocía como museo distaba mucho de lo que el recinto expositivo representa para nosotros en la actualidad. En aquella lejanía un museo era más bien un ‘templo para la musas’, un lugar sagrado que fungía como espacio dialéctico para albergar tertulias alrededor de las ciencias y la literatura. La función original no nos es ajena por completo, bien podría aproximarse a algunos de los usos que hoy en día damos a los museos. Sin embargo, su premisa distaba todavía demasiado de la idea universal del museo como espacio abierto al público que adquiere, conserva, investiga y expone piezas artísticas, patrimoniales y de valor cultural.

Aunque Vitrubio ya daba cuenta de la existencia de pinacotecas dentro de los musēums por allá del 23 a.C, lo cierto es que el primer museo propiamente dicho no apareció hasta el siglo XVII. El Museo Ashmolean de Arte y Arqueología, abierto en Oxford en 1683 por la Universidad del condado. El centro pictórico se convertiría, todavía sin saberlo, en el más claro antecedente de lo que, casi 70 años más tarde, se consolidaría como el modelo universal de todo recinto de su tipo: el Museo Británico y su homólogo francés, el Louvre, abiertos en Londres y París en 1753 y 1794 respectivamente.

De aquel muy abreviado entonces a este punto, un centenar de propuestas e innovaciones han ido perfilando nuestra idea sobre el museo. Tanto el sistema que lo opera, sus nociones académicas o los criterios que rigen sus prácticas. Como las posibilidades, retos y funciones de los espacios expositivos. En la línea del tiempo figuran nombres y lugares que bien vale la pena traer a cuento para completar el retrato del museo: desde los Médici, León X o el duque Cosme I y los Uffizzi. Pasando por las cámaras artísticas del Renacimiento, el coleccionismo del siglo XVII, la aparición de los marchantes, los museos nacionales e incluso la Revolución francesa o las dos Guerras Mundiales. Hasta llegar a nombres como el de Wilhelm von Bode, el nacimiento de la revista ‘Mouseion’; o Henri Rivière; o Pontus Hultén; o Harald Szeemann; o Thomas Krens

Museos abiertos y cerrados; líquidos y densos; clásico y modernos. Museos públicos y museos privados; oficiales o de vanguardia. Ecomuseos y tecnomuseos. Itinerantes, permanentes, de autor, coorporativos, generales y especializados. Museos de arte, de historia, de ciencia, de antropología… La oferta, como se ve, es basta por sí misma, pero más allá de las definiciones y las genealogías, cabe preguntarse ¿operan realmente los museos bajo los supuestos que los fundaron? ¿es esa todavía su principal función? ¿en qué se han convertido? Y, quizá sobre todo ¿bajo qué intereses se rigen hoy los espacios museísticos?

Intentando responder a estas preguntas celebrábamos, hace algunas semanas, la 39ª edición del día internacional de los museos que, desde su creación en 1977 por iniciativa del Consejo Internacional de los Museos, busca concienciar a los públicos sobre los retos de los museos en el desarrollo de la sociedad. Al menos es eso lo que dicta su consigna. Aunque la efeméride se concentra casi exclusivamente en la apertura de las instalaciones museísticas a horas poco frecuentes, o en la programación de actividades que durante el resto del año no están asociadas al espacio expositivo, la conmemoración sirve también para colocar por un momento en el centro de la agenda a un espacio que con el paso del tiempo ha ido perdiendo su presencia dentro del discurso y la reflexión crítica. Desplazado en la mayoría de los casos a un lugar accesorio, deudor de intereses políticos o supeditado a los avatares de las rutas turísticas, el museo parece demandar la recuperación de un lugar serio dentro del proyecto cultural de la ciudad. La ocasión celebratoria parece entonces muy oportuna para interrogarnos acerca de su permanencia y pertinencia y, como decíamos más arriba, para intentar aproximarnos a las que son hoy sus verdaderas funciones.

Algo que no deja de ser imperativo en un país en el que, a pesar de que después de la crisis se han seguido abriendo decenas de espacios expositivos, se registra en los estudios recientes que los museos más visitados son los abiertos por los clubes de fútbol Barcelona y Real Madrid. Ambos superan con más de 1.700.000 visitantes a otros recintos de gran reconocimiento y tradición como el Thyssen o el Guggenheim. Si a esto se agrega lo que algunos han denominado la burbuja cultural, haciendo referencia a las estrategias de especulación unidas a los desarrollos inmobiliarios de finales del siglo XX, que llevaron a la proliferación de infraestructuras culturales sin proyecto, sin contenido, sin objetivos más allá de los arquitectónicos, el panorama nacional (y también global) al respecto del museo parece más que desolador.

La bonanza económica dio lugar a una nueva generación de museos que se construyeron para regenerar las ciudades, atraer al viajero y procurar réditos políticos y de imagen. Se convirtieron en piezas imprescindibles del canon urbano de toda ciudad y, por ello, no se escatimaron las inversiones.” Describe Virginia Collera a propósito de la burbuja museística.  Una idea que completa la crítica argentina Estrella de Diego refiriéndose a las otras estrategias comerciales que se han ido imponiendo sobre los contenidos dentro de los museos. “A la sobreinversión en mastodóticos proyectos contenedor a la que parecían destinados los esfuerzos museísticos, podría unirse la tendencia (proveniente sobre todo de los Estados Unidos) a dedicar parte importante de los esfuerzos de gestión del museo a espacios periféricos a la exhibición como las tiendas y los restaurantes; o a otros estratagemas para obtener ingresos más alejados de la lucha por el mayor número de visitantes: cerrar museos públicos para bodas y eventos privados, ceder colecciones a cambio de importantes cifras que pagan obras de ampliación…”

El escenario evidencia una realidad por demás conocida: que la cultura ha dejado de ser un bien para convertirse en un producto al cual se exige rentabilidad. Donde tanto el museo como la infraestructura patrimonial sirven la mayoría de las veces a un interés ajeno, y en ocasiones contradictorio a las sentencias que las obras expuestas dentro de ellos buscan dar. Lo que conlleva también a una serie de cambios en las prácticas y los públicos, aquello que Jean Clair ha llamado el malestar de los museos: un malestar físico, el de las colas interminablls, al muchedubre, las cámaras fotográficas, los ruidos y los empujones… Lo que es cierto es que si en su momento el museo era visto como la institución central dentro de la configuración del mundo occidental contemporáneo (por su vocación enciclopédica, su cercanía al ejercicio del pensamiento crítico y por su potestad para delimitar territorios culturales), el organismo parece haberse perdido en el trayecto hacia unas sociedades globales, en gran medida abiertas a la visualización de los objetos y, en según que contextos, que relega la cultura a un carácter accesorio. Es verdad que no hay que rasgarse ninguna vestidura a favor de una idea de museo autónomo, independiente de un mercado con el que interactúa históricamente. O del que incluso el mismo sistema artístico que en gran medida alimenta al museo se sirve de forma por demás evidente. Lo que es importante aquí es poner sobre la mesa que el modelo de financiación europeo en este ámbito se ha desmantelado. Y que las prácticas económicas de los museos están cada vez más vinculadas con intereses que no son puramente culturales, y que en muchos casos rozan el ‘lavada de cara’ de instituciones, empresas o hasta gobiernos cuyas prácticas en otros ámbitos son cuestionables. Sin embargo para la mayoría, al menos en teoría, el museo sigue siendo un centro cívico que refleja ciertos ideales de democratización, conocimiento y patrimonio común. Un vínculo con la tradición y un espacio puente hacia el entendimiento del pasado y, por qué no, del provenir. Lo que hace inminente su necesidad y protagonismo dentro del orden social.

A nuestro entender, la mercantilización del museo no es un argumento suficiente para abdicar de sus capacidades y su responsabilidad de cara al tratamiento de la ideas contemporáneas o del conocimiento de la antigüedad. Su papel sigue y seguirá radicando en su capacidad para, de forma por demás Warburgiana, de poner en diálogo a la cultura. Hacer del patrimonio cultural y artístico una conversación: entre piezas, personajes, ideas e historias; pero igualmente entre públicos, sociedades, instituciones, usuarios y personas. Las interrogantes son casi tantas y las mismas como las que nos aquejan sobre la mayoría de los ámbitos que vemos exigidos delante de las transformaciones del presente. Nuestra apuesta es, justamente, por reafirmar su pertinencia y encontrar un punto de equilibrio. Hacia la socialización del museo, sí, hacia la participación, la interacción, la creación de comunidad y la consecuente virtualización, sí. Hacia la experiencia, el recreo, la maravilla, el espectáculo, también. Incluso, si se quiere y en según qué casos, hacia cierta autosuficiencia económica, comercialización, monumentalidad, marca, globalidad, sí. Pero también, y sobre todo, hacia la materialidad, la identidad, el análisis y la investigación; la crítica, el canon y la subversión, el diálogo con la cultura… es decir, la vuelta a su origen primario, etimológico. El museo como lugar de inspiración, el museo como lugar de provocación, el museo como lugar de incitación, el museo como lugar de prescripción.