Según un artículo de la ya legendaria revista Orsai, al primer bloguero lo mataron el 2 de junio del año 2005, en Estados Unidos. Se llamaba Simon y tenía apenas diecinueve años. La noticia apareció en la prensa y tuvo repercusión internacional[…] Las coberturas se hacían eco, entre otras cosas, de las numerosas pistas que la bitácora de Simon había aportado para dar con el culpable. Sin embargo, el interés de los medios parecía alejarse de los pormenores no sólo indignantes sino escabrosos de tal crimen, y se centraba en la utilidad que el caso mostraba para ilustrar un fenómeno: la creciente avalancha de los blogs y con ella, la consecuente notoriedad que tanto espacios como protagonistas estaban adquiriendo en el mundo de entonces. Un protagonismo tal que el hecho de que un chico muriese pasaba a segundo plano cuando se podía agregar a las consabidas virtudes de un blog, la posibilidad de resolver un crimen.

Algunos años después de aquel sonado asesinato, en 2008, la edición digital de Wired, revista de culto entre los tecnófilos, dictaminaba otra muerte. Si bien no se trataba, (permítasenos la tremenda frivolidad), de victima humana alguna, la sentencia luctuosa estaba relacionada indirectamente con el caso de Simon, o al menos con el fenómeno para el que servía de ejemplo. El artículo lo firmaba el analista Paul Boutin y, bajo el título de Twitter, Flickr, Facebook Make Blogs Look So 2004, venía a decir algo así como que la blogosfera había dejado de ser un oasis de agua dulce para la auto-expresión y se había convertido en un tsunami plagado de profesionales y campañas de marketing encubiertas. Boutin no se detenía allí y convidaba a cualquiera que tuviese la remota idea de abrir un blog, a gastar su tiempo y sus ansias de expresión en flickr, facebook o twitter, anunciando la así llamada ‘revolución del social media’.

Millones de usuarios y unos cuantos años de por medio, numerosos argumentos han secundado o refutado a Boutin, en espacios tan variados como el ecosistema de los medios de comunicación, los repositorios de crítica cultural o el ambiente de entusiasmo tecnológico. Más allá de los vaticinios y las muertes anunciadas, creemos, lo que cabe rescatar de todo este debate es la pregunta de si vale la pena o no escribir y gestionar un blog en los tiempos que corren. El obligado acto de contrición los hemos ido haciendo durante los últimos meses. En ocasiones viéndonos forzados a parar a causa del tiempo que demandaban otros proyectos; en otras obstaculizados por la incapacidad técnica que supone estar al corriente de las actualizaciones; en general, también, debido a la paulatina necesidad de ir cambiando de apariencia.

Sin embargo la respuesta a esas preguntas sobre la vigencia y utilidad de estos espacios ha sido rotundamente afirmativa. Pues si bien es cierto que en la actualidad las redes sociales han cobrado el principal protagonismo, o que es cada vez más complicado figurar en los buscadores o dialogar con informaciones afines a tu interés, SEGUIMOS CREYENDO EN EL CONTENIDO CULTURAL Y EN NUESTRA LABOR DE PRESCRIPTORES DEL MISMO.  Es decir no tanto, o no sólo, de gestores sino de curadores de cultura. Curadores en el sentido en que lo emplea la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, de forma por demás atinada en este texto que vale la pena reproducir aquí:

“No debe ser casualidad que el verbo con el que designamos una de las actividades más importantes en el quehacer del arte y la cultura contemporáneos sea curar… La discusión etimológica sobre el verbo curar no tiene fin, pero todo parece indicar que a los expertos no les gusta mucho que un vocablo tan amplio y con significados que van desde el ‘cuidado de’ a la ‘preocupación por’ se haya restringido en tiempos recientes al muy positivista ‘sanar’. Poner énfasis sobre la solución a un estado presuntamente alterado como lo sería el sanar una enfermedad, deja de lado los aspectos más entrañables y más humanos, también los más largos y los más interactivos, de la praxis de curar. Es de asumirse, pues, que la primera acepción del término predomina cuando se habla de los curadores, es decir, de los que curan, como aquellos expertos que ‘atienden a’‘ponen atención en’ y ‘seleccionan’ con devoción, es decir, críticamente, los objetos de su cuidado… Nunca más el ‘Inspirado’ del siglo XIX que recibía, eso decían, el soplo divino por métodos más bien peculiares, sino el ‘Reciclador’ que lee su realidad con cuidado y, con cuidado, copia, selecciona y se apropia del discurso público para participar de este modo en diálogos textuales e intertextuales más amplios, tanto a nivel estético como político.” (Los muertos indóciles. Necroescritureas y desapropiación. Cristina Rivera Garza. E.D. Tusquets. México: 2013)

Es este entonces el espíritu. Lo hemos ido construyendo a lo largo de unos cuantos años actualizando este espacio y pensamos, si las circunstancias nos lo permiten, seguirlo haciendo. Seguir alimentando un repositorio que, como nuestro canal audiovisual, busca generar contenido. Entre el registro de nuestras acciones y emprendimientos, y la exposición de ideas y conceptos que a nuestro entender ayudan a pensar en el ecosistema cultural que habitamos. Pero sobre todo, como una colección de un sinnúmero de iniciativas, agentes y ocurrencias que vale la pena consultar, analizar y apropiarse. Bienvenidos pues a esta nueva etapa del blog de Tránsit Projectes, nuestro archivo (curatorial) de trabajo.

[*En la imágen: Andre Malraux Imaginäres Museum]